domingo, 7 de abril de 2013

SUBRAYADOS - Estupor y temblores

Desde que tengo uso de razón subrayo y hago anotaciones en cualquier texto que pasa por mis manos. Me he acostumbrado a marcar aquellas ideas que llaman mi atención, señalar palabras cuyo significado desconozco, escribir en algún borde mi opinión sobre lo que leo (o anotar, también, cualquier pensamiento que pasa por mi cabeza en ese momento), y, ante todo, subrayar aquellas frases que merecen siempre ser leídas más de una vez. 

Ante lo anterior, pasó por mi cabeza iniciar una serie de entradas tituladas "SUBRAYADOS". En éstas, busco compartir aquellas frases que me han hecho enamorarse (sí, me declaro romántico en este tipo de asuntos) del texto que tengo enfrente. Admito que más de una vez más de un texto me ha hecho suspirar, me ha emocionado, alterado (sí, también es parte de la lectura sentirse así - creo yo), sacado una sonrisa, en fin, me ha hecho SENTIR. 

Para inaugurar esta sección, les comparto mis líneas favoritas del primer libro que leí este año, Estupor y temblores, de la escritora belga Amélie Nothomb. Con cierta carga autobiográfica, la escritora relata su estancia laboral en Tokio trabajando para la compañía Yumimoto, empresa con la que jamás crea un vínculo de afecto, todo lo contrario. El único posible vínculo de aprecio que llega a crear es con Fubuki, una de sus superiores, con quien desarrollará cierta fijación lésbica que después se desvanecerá hasta convertirse en caos. 

Obligada a cumplir con trabajos que no tan sólo la denigran sino que también la hacen comenzar a tener deseos suicidas, Amélie nos conduce a través de las páginas a ser parte de una reflexión sobre la dignidad;  las jerarquías y los escalafones sociales; las diferencias entre Oriente y Occidente; el rol de la mujer en la sociedad; y los choques culturales que un extranjero experimenta al encontrarse lejos del lugar en el que nació. 

La primera vez que tuve conocimiento de este libro fue en el 2009 gracias a Elisa, mi profesora de francés en aquel entonces, quien lo llevó a la clase para que pudiéramos leerlo y comentarlo, sin embargo, jamás pudimos terminar de leer el libro - no recuerdo muy bien el porqué. Aún con eso, siempre conservé mis fotocopias en francés del mismo. Fue hasta diciembre pasado cuando, vagando en una librería, encontré la edición en castellano de Estupor y Temblores, editada por Anagrama. 

A continuación, la primera (de espero muchas) entrega de "SUBRAYADOS - Estupor y temblores". 



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"El ventanal, al fondo del vestíbulo, me aspiró como lo habría hecho la ventanilla toda de un avión. Lejos, muy lejos, se veía una ciudad tan lejos que dudaba haberla pisado jamás".

"Me pidió que lo siguiera por innumerables e inmensas salas, en las que me presentó a multitud de personas, cuyos nombres yo iba olvidando a medida que él los iba pronunciando".

"Al igual que los ceros, los empleados de Yumimoto sólo adquirían algún valor cuando se situaban detrás de otras cifras. Todos menos yo, que ni siquiera alcanzaba la categoría de cero". 

"Siempre existe un modo de obedecer. Eso es lo que los cerebros occidentales deberían comprender". 

"¿Acaso no resultaba lógico que aquella hermosa joven hubiera nacido el día en el que la belleza del cielo se abatía sobre la belleza de la tierra?".

"Aquel primer exilio me había marcado de tanto que me consideraba capaz de aceptar lo que fuera con tal de regresar a un país del cual, desde hacía tiempo, me consideraba originaria". 

"Lo que es seguro es que si no se habla no existe ninguna posibilidad de resolver el problema. Lo que me parece más probable es que, si se habla, se corre el riesgo de empeorar todavía más la situación".

"Yo no me sentía decepcionada. No sentía ninguna estima por usted". 

"Anotar cifras contemplando la belleza, aquello era la felicidad". 

"Yo, cuando era pequeña quería ser Dios. El dios de los cristianos, con D mayúscula. Hacia los cinco años, comprendí que mi ambición era irrealizable. Así que rebaje un poco mis pretensiones y decidí convertirme en Cristo. Imaginaba mi muerte sobre la cruz, ante toda la humanidad. A los siete años, tomé conciencia de que aquello no ocurriría. Decidí más modestamente, convertirme en mártir. Durante años mantuve aquella decisión. Pero tampoco funcionó". 



"De repente, ya no me sentí amarrada. Me levanté. Era libre. Nunca me había sentido tan libre. Caminé hasta el ventanal. La ciudad iluminada estaba muy lejos, a mis pies. Dominaba el mundo. Era Dios. Defenestraba mi cuerpo para estar en paz conmigo misma." 

"Yo reino. El poder no me interesa. Reinar es mucho más hermoso. No puedes imaginarte la sensación de gloria que experimento en estos momentos. Qué hermosa es la gloria. Es una trompeta tocada por ángeles en mi honor. Nunca me he sentido tan en la gloria como esta noche".

"Es una gran cosa saber cuándo se va a morir. Uno puede organizarse y convertir su último día en una obra de arte". 

"Aunque no lo parezca, existe una lógica en todo ese asunto: los sistemas más autoritarios suscitan, en las naciones en los que se aplican, los casos más sorprendentes de desviaciones -y, por eso mismo, una relativa tolerancia respecto a las excentricidades humanas más apabullantes-.".

"Todas las bellezas emocionan, pero la belleza japonesa resulta todavía más desgarradora. En primer lugar porque esa tez de lis, esos ojos suaves, esa nariz de aletas inimitables, esos labios de contornos tan dibujados, esa complicada dulzura de los rasgos ya bastan para eclipsar los rostros más logrados. En segundo lugar, porque sus modales las estilizan y las convierten en una obra de arte que va más allá de lo racional. Y, por último -y sobre todo-, porque una belleza que ha sobrevivido a tantas corsés físicos y mentales, a tantas coacciones, abusos, absurdas prohibiciones, dogmas, asfixia, desolación, sadismo, conspiración de silencio y humillaciones, una belleza así constituye un milagro de heroísmo". 

"Tienes la obligación de ser hermosa. Si lo consigues, tu belleza no te proporcionará satisfacción alguna. Los únicos halagos que recibirás procederán de los occidentales, y todos sabemos hasta qué punto carecen de buen gusto. Si admiras tu propia belleza reflejada en el espejo, que sea por temor y no por placer: ya que tu belleza no te proporcionará más que le pánico a perderla. Si eres guapa, no serás gran cosa; si no eres guapa, serás menos que nada". 

"El momento no vale nada, tu vida no vale nada. Nada que dure menos de diez mil años tiene valor alguno". 

"Pero el nipón, en cambio, no es un ser asfixiado. No se ha destruido en él, desde su más tierna edad, todo rastro de ideal. Conserva uno de los derechos humanos más fundamentales: el derecho a soñar, a tener esperanzas. Y lo ejerce. Sueña con mundos quiméricos en los que es libre y dueño de sus actos. 

"Una de las maravillas de la lengua japonesa es que permite inventar nombres hasta el infinito, a partir de todas las categorías del discurso". 

"Avanzó hacia mí con Hiroshima en el ojo derecho y Nagasaki en el izquierdo. De algo estoy segura: is hubiera tenido derecho a matarme, no habría dudado en hacerlo". 

"Había tenido el coraje de no llorar delante de todos nosotros".

"La ventaja de limpiar retretes sucios es que uno no puede temer caer más bajo".

"A menudo, las actitudes más incomprensibles de una vida tienen su origen en un deslumbramiento de juventud: de pequeña, la belleza de mi universo japonés me había impactado tanto que todavía me alimentaba con aquella reserva afectiva. Ahora tenía ante mí la evidencia del despreciable horror de un sistema que negaba todo lo que había amado y, no obstante, seguía siendo fiel a sus valores, en los que ya no creía". 

"Toda existencia conoce su día de traumatismo primario, que divide esta vida en un antes y un después, y cuyo recuerdo, incluso furtivo, basta para paralizarte de un terror irracional  animal e incurable": 

¿Y fuera de la empresa, qué les esperaba a aquellos contables de cerebro lavado por los números? La cerveza obligatoria con colegas tan trepanados como ellos, horas de metro abarrotado, una esposa que ya duerme, el sueño que te aspira como el desagüe de un lavabo que se vacía, las escasas vacaciones en las que nadie sabe qué hacer: nada que merezca el nombre de vida". 

"Aquella constatación me recordó la frase de André Maurois: "No hables demasiado mal de ti mismo: podrían creerte."". 

"La ventana era la frontera entre la terrible luz y la admirable oscuridad, entre los retretes y el infinito, entre lo higiénico y lo imposible de lavar, entre la cadena de water y el cielo. Mientras existieran ventanas, el más débil de los humanos tendría su parte de libertad." 

"El tiempo, conforme a su vieja costumbre, pasó". 

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